23.7.04

Prólogo de Suma y resta


por Lucila Févola

     El poema es zona de indagación e indagar significa, fundamentalmente, indagarse las limitaciones del propio, repetitivo, ángulo de percepción.
     “Suma y resta”, dirección de sentido en el poema, en el libro de poemas, que se va construyendo como se construye la propia vida, la realidad toda, es decir, las múltiples dimensiones de lo que llamamos realidad.  “Suma y resta” como balance, pero también como apertura.  Desde determinado vientre, vientre ahora que gesta a su vez.
     Los versos iniciales de este libro aluden a un nacimiento que ya es un destino: el segundo equinoccio abrió una huella / y alguien lanzó su grito / cara al cielo.  El poema “Anuncios” confirma este aserto.  En él, y desde el título, contraluz y barrotes ya son símbolos que se reiterarán a lo largo del poemario, girando inexorablemente en torno al arquetípico Sísifo, la piedra en la que Sísifo se convierte desde su castigada humanidad.
     A partir de este poema, la lectura atenta tejerá su propia red con los hilos entretejidos por Lina Caffarello, poeta.
     Aleph: cuentos, risas, perdices ilusorias, duelos, porque Don Serafino / tiene el pelo fino.  Las campanas, aves errantes, es una metáfora que se reitera causalmente en los poemas “Palabras verdes” y “Pintado de azul”.  Pero ancestros, raíces, olivos, constituyen un lugar de plenitud y plenitud es encuentro y encuentro es paz, útero propio para nacerse, como lo indican “El óleo de la paz”, “El lugar” y “Crêuzo da man”, más allá del desangrarse de la mano y a modo de ofrenda.  Totalidad como toda fragmentación, como las de “Do–mi–nó” y “El concierto”.
     Se trata, pues, de otras raíces.  Aquello más raigal, trascendente: la verdadera identidad que la poesía confirma incansablemente porque corresponde a su naturaleza y en ella es y por ella se manifiesta.
     Indagación y construcción de la profunda realidad interior, también, revelación: quien tanto roe el propio laberinto / termina convirtiéndolo / en su cueva.
     Se trata de esponjar, como en “Anuncios” o en el sábado pleno de “Piel de oso”.  Canto y vida.  Se trata, también, de comprender el horror y de saber cuánto de él se arrastra todavía: En algún lado / en el útero iba oculto / un germen de tierra prometida / un éxodo de lenguas / un fundirse y renegar.
     Ahora, continúa ese siniestro rojo del concierto, convertido en búho rojo que sigue soportando sobre sus espaldas la piedra ¿del destino?
     Aunque el tapadito todavía cobije el hueco azul para la mano que quiere el acercamiento, su forma de cumplirse es la de la mano entre hilachas.  Y retornamos al comienzo:  herrumbre como hojaldre, útero país como rejas, nuevamente barrotes de la cuna.  Reloj perdido desde siempre.
     Indagación, revelación, suma y resta ahora integrados.  Espejos, mármoles, rieles sepultados que van y vienen como las llaves, como el pacto todavía imposible.
     Ecos, giros sobre giros en el último poema, que da título al libro, porque la luna trazó los ángulos precisos.  Y un intento de rescate final en el último verso de este poemario: pasitos de burbuja guardados en la brea.
     ¿Estaremos destinados a elegirnos un destino? ¿Cuál? ¿Sísifo en su piedra? ¿O pasitos de burbuja guardados por debajo y por encima de todo?
     Tal vez esa brea sea la de los barcos que conducen a la tierra prometida, porque el verdadero comienzo siempre parece estar antes del comienzo y la poesía es esa antigua memoria.
     El canto – la poesía misma – es la respuesta.  Lina Caffarello lo sabe y, más allá de sumas y restas, la ejerce.

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